SU IMPECABLE SASTRERÍA, INFINITA IMAGINACIÓN Y ABIERTO DESAFÍO A LAS REGLAS DE GÉNERO LO HAN CONVERTIDO EN UN PIONERO DE LA MODA AMERICANA. AUNQUE EN UN PRINCIPIO FUE RIDICULIZADO POR
SUS TRAJES CON PANTALONES Y CHAQUETAS EVIDENTEMENTE MAS CORTAS DE LO ACOSTUMBRADO, EL LOOK RÁPIDAMENTE SE HIZO POPULAR EN UNA NUEVA GENERACIÓN QUE BUSCA SALTAR AL FUTURO Y, AL MISMO TIEMPO, RESCATAR EL PASADO. SU ÉXITO QUEDÓ CLARO CUANDO, EN 2018, VENDIÓ EL 85% DE SU COMPAÑÍA A ERMENEGILDO ZEGNA.
Texto: Manuel Santelices Fotos: Getty Images
Thom Browne es probablemente el diseñador más influyente y menos comprendido de Estados Unidos. En el año 2001, cuando decidió lanzar su propia marca con apenas seis trajes grises, la gran mayoría pensó que lo que tenía frente a sus ojos no era realmente una colección, sino la perfecta receta para un desastre. Usando elementos clásicos de la sastrería americana de mediados del siglo veinte, Browne creó looks que eran inmediatamente reconocibles y, al mismo tiempo, extrañísimos. Chaquetas de franela que parecían una o dos tallas menores de lo adecuado, con mangas cortadas cinco centímetros por arriba de la muñeca; camisas Oxford minimizadas a su máxima expresión y un poco arrugadas, como si hubieran sido recién sacadas de la secadora; pantalones que terminaban muy por arriba del tobillo o, simplemente, diseñados como bermudas; y todo esto acompañado por cardigans con bordes tricolores, delgadas corbatas, y gigantescos zapatos de cuero tipo wingtip, pesados como un ladrillo.
“Todos me dijeron que debía cambiar las cosas, que mi ropa no era comercial, que ningún hombre saldría así a la calle. No sé por qué les pareció tan provocador”, recordó hace un tiempo. “Pero sabía que era importante mantenerme fiel a mí mismo, a mi identidad”. Sin tiendas interesadas en comprar la colección y con poco dinero para marketing y publicidad, el diseñador decidió que él mismo sería su mejor arma de promoción. Cada día salió a la calle vestido en sus propias creaciones, y cada día alguien le preguntó de dónde había sacado su traje. “¿Te gusta? Puedo hacerte uno”, respondía él.
Para ser justos, Browne tenía, y sigue teniendo, el físico perfecto para sus diseños. Con su pelo rigurosamente cortado y peinado, su mentón angular y un cuerpo atlético pero mas bien pequeño, es el maniquí ideal para Thom Browne, la marca. Pero no es solo él; todo su equipo de trabajo se viste con piezas de su colección, lo que, sumado a impecables oficinas con muros en mármol gris, pisos blancos, estanterías de caoba o metal, muebles mid-century, y persianas blancas cubriendo todas las ventanas, crea una atmósfera decididamente retro-futurista, como si Stanley Kubrick hubiera diseñado una oficina de contabilidad.


Bergdorf Goodman en Nueva York, y Colette en Paris, fueron las primeras tiendas en comprar piezas de Thom Browne. Su poderoso respaldo fue suficiente para que decenas de otras boutiques alrededor del mundo hicieran lo mismo. El negocio creció y también su influencia con marcas tan populares como Club Monaco o Banana Republic, presentando de pronto versiones más moderadas y adaptadas para el gran público de sus extraordinarios diseños. LeBron James y el equipo de fútbol Barcelona, con Lionel Messi a la cabeza, adoptaron a Thom Browne como su uniforme oficial. También, hubo colaboraciones con Brooks Brothers y Moncler.
En 2018, después de negociaciones lideradas por su CEO, el argentino Rodrigo Bazán, Ermenegildo Zegna adquirió el 85% de su compañía, la que fue avaluada en 500 millones de dólares en la transacción. Aun así, la percepción general de la marca es pequeña, de nicho, una idea que el propio Browne no se molesta en desmentir y que, por el contrario, usa como trampolín para seguir adelante con las más creativas y disparatadas ideas.
La presentación de su colección de primavera 2021, realizada dentro de los estrechos límites que impone la pandemia, fue a través de un video que pretendía transmitir los Juegos Olímpicos de 2132 desde la luna, en una réplica digital del coliseo art déco de Los Ángeles. Toda la colección es en tonos blancos, marfil, eggshell y amarillo, e incluye faldas plisadas para hombres y mujeres, sombreros- algunos con velo- y anteojos de sol tornasolados.
Este tipo de shows operáticos son comunes en Browne. La temporada anterior imaginó en Paris una cena para animales – con tocados de elefante, caballo o jirafa diseñados por Stephen Jones- con el modelo Rocky Harwood puesto sobre la mesa y listo para ser servido como “specialité de la maison”. Su show de primavera 2020 fue pensado como un baile en la corte de Versalles con deportistas americanos y el bailarín James Whiteside, del American Ballet Theatre, haciendo piruetas entre los modelos vestido en un tutú diseñado por Browne. “Me gusta de crear algo solo por crearlo”, explicó el diseñador en esa ocasión a GQ. “No hay una razón comercial para performances como esta, más allá de que es posible hacerlas porque el negocio funciona bien”.
El estilo de Thom Browne tiene raíces en su propia historia. Nació en medio de una numerosa familia de origen irlandesa, estricta y profundamente católica, en Allentown, Pennsylvania, un sitio donde la moda simplemente no existía. La mayoría de sus parientes eran médicos o abogados, igual que sus hermanos en la actualidad. Su padre usaba trajes para ir a la oficina todos los días, pero jamás pensó mucho en ellos. Eran simplemente trajes, como los que usaba cualquier oficinista de los años 60 en Estados Unidos. Browne y sus hermanos, por su parte, se vestían con un uniforme de pantalones de franela gris y chaqueta de lana en el invierno, y blazer azul y pantalones caqui en el verano. Las camisas fueron siempre Oxford blancas.
Luego, cuando se matriculó en la Universidad de Notre Dame- una institución también católica-, se encontró con diferentes versiones de las mismas prendas. La idea de reimaginar un estilo tan tradicional le pareció siempre un desafío.


Después de la universidad se trasladó a Los Angeles, donde, junto a dos amigos que siguen siendo sus más cercanos, se lanzó en una búsqueda creativa que lo llevó, entre otras cosas, a la actuación, el arte y, finalmente, a la moda.
Browne y su pareja desde el año 2010, Andrew Bolton, curador del Costume Institute del Metropolitan Museum, viven en un edificio de pre-guerra en una de las calles más lindas del West Village en Nueva York. El departamento de un dormitorio y 80 metros de superficie, con otros 30 de terrazas, está decorado con tanto rigor, buen gusto y simetría como un traje de Thom Browne; con un sofá de terciopelo azul de Dunbar, y sillas y mesas de cocktail de Jacques Adnet, entre otras piezas de mobiliario.
Aunque ambos forman, por razones obvias, una de las “power couples” más importantes de la moda internacional, su vida parece centrarse más que nada en el trabajo y su perro Héctor, un datschund de pelo largo que inspiró la cartera “Héctor” creada por Browne hace unas temporadas, y que se ha convertido en uno de los best sellers de su colección de accesorios. En una entrevista con The New York Times, Bolton explicó que la llegada del perro había transformado completamente sus vidas, y que ahora hacen turnos para que no esté nunca solo. En esa misma ocasión contó la rutina de sus fines de semana: largos paseos por el parque y visitas al gimnasio. “Thom se viste los domingos igual que el resto de la semana, con chaqueta, corbata, y un clip de corbata. Yo estoy en jeans, zapatillas y un sweater”.
En octubre del año pasado la pareja pagó 13 millones de dólares por un histórico townhouse en Sutton Place, construido originalmente en 1920 para un miembro de la familia Vanderbilt. Otros propietarios en el pasado fueron Charles Merrill, fundador de Merrill Lynch, y Drue Heinz, heredera de la fortuna de los condimentos Heinz. La casona de ladrillos con seis dormitorios, jardín y espectaculares vistas al East River estaba, en el momento de la venta, todavía decorada en un estilo gilded age que bordeaba el barroco, lo que de seguro cambiará cuando Browne se ponga manos a la obra con la decoración. SML