DURANTE CASI MEDIO SIGLO DE CARRERA, EL DECORADOR FRANCÉS FRANÇOIS CATROUX CREÓ AMBIENTES PARA MAGNATES, SOCIALITES, MIEMBROS DE LA NOBLEZA Y EL JET SET INTERNACIONAL. JUNTO A SU MUJER, LA LEGENDARIA MUSA DE SAINT LAURENT, BETTY CATROUX, ENCARNARON UN MOMENTO GLAMOROSO Y DECADENTE EN LA HISTORIA PARISINA DEL QUE AHORA SOLO QUEDA UN NOSTÁLGICO RECUERDO.
Texto: Manuel Santelices. Fotos: Libro Francois Catroux


En 1970, Vogue publicó una foto de Horst. P. Horst que mostraba a François y Betty Catroux en el living de su departamento parisino, en la Rue de Béthune, en 1970. No hay mejor muestra del chic de la época que esa foto, con Betty, que por entonces ya era conocida como musa indiscutida de Yves Saint Laurent y una de las mujeres más atractivas y elegantes de Paris, y su marido, François, decorador de la súper elite internacional, en una habitación retro futurista, minimalista, y al mismo tiempo de un fabuloso carácter marcado por ondulantes muebles en blanco y negro, mesas de mármol, muros grises y marfil, y ceniceros que parecen esculturas de Brancusi.
Ambos están vestidos en tenidas safari con gruesos cinturones de cuero, y él lleva como accesorios una bufanda de seda café amarrada al cuello, un Tank de Cartier, un cigarrillo encendido y un corte de pelo que solo puede ser descrito como 70’s jet-set.
Aunque para la gran mayoría este look está asociado a estrellas de la época como Jean Paul Belmondo, Alain Delon o Fabio Testi, para la sociedad parisina ellos fueron solo réplicas de Catroux. El decorador, que murió en Noviembre pasado a los 83 años, fue “the real thing”.
En una historia que parece asunto de leyenda, Betty conoció a François en el bar de Regine’s. Ella le envió un trago. El lo aceptó. El resto es historia. “Le dije al barman que le enviara un trago, pero no pagué por el. En esa época me rogaban que fuera a night-clubs, todo era gratis…”, recordó Betty en una entrevista con James Reginato, de Vanity Fair, en 2016.
“Supe de inmediato que era la mujer para mí”, explicó François en la misma ocasión. “Si no era ella, no había nadie mas. No podía dejarla pasar. Hemos estado juntos durante 50 años. No hay ningún arrepentimiento. Pero ella no es…normal. Es una mujer especial”.
Su poder e influencia en términos de estilo, estatus y glamour fue inmediato e indiscutido. Mientras ella disfrutaba su rol como princesa en la corte de Saint Laurent- una envidiable posición compartida solo por Loulou de la Falaise-, François cimentaba su reputación como decorador de gusto exquisito y refinado.
Su primer proyecto, en 1967, cuando tenía apenas 30 años, fue la tienda de Mila Shòn en su palazzo de Milán. El espacio, descrito por la columnista de modas Eugenia Shepard como “el futuro, con mucho espacio y pocos muebles”, expresó magistralmente el pulso de esos revolucionarios tiempos con los que Catroux se sentía plenamente identificado.
Nacido en Algeria- donde fue compañero de colegio de Saint Laurent-, en medio de una familia de ancestros militares por el lado de su padre y herederos españoles por el de su madre, el decorador recuerda que su familia tenía predilección por el estilo de la “grand bourgoisie”, con copias de Louis XVI por todas partes, un look de decoración que, según dijo en más de una ocasión, detestaba desde que tenía cinco años. Su propio estilo fue, por lo tanto, una reacción, un signo de rebeldía, y el espejo de una nueva realidad.
Después de que su departamento apareciera fotografiado en la mencionada nota de Vogue, su carrera creció como una bola de nieve. Marie- Helêne de Rothschild fue una de sus primeras clientas, y en Nueva York decoró los departamentos de Atenor Patiño y Helêne Rochas en la Olympic Tower de la Quinta Avenida, donde Halston y Aristóteles Onassis eran también residentes.
Nueva York tuvo enorme influencia en Catroux. En 1963, mientras trabajaba como scout de locaciones para la revista Elle, vivió en Manhattan durante seis meses y quedó impactado por el modernismo imperante en la ciudad. Durante ese tiempo se instaló el en townhouse del diseñador Edward Molyneux, amigo de sus padres, conoció al famoso decorador Billy Baldwin, a las socialites Babe Paley y Kitty Miller, visitó a Cole Porter en su departamento en las Waldorf Towers y, más importante aún, viajó hasta Connecticut para reunirse con el arquitecto Philip Johnson y conocer su famosa casa de vidrio, considerada una obra maestra del modernismo.
Catroux no tuvo nunca la fama de contemporáneos como David Hicks, Renzo Mongiardino o Henri Samuels, lo que lo convirtió en un secreto bien guardado entre ricos y poderosos, un diamante de la decoración al que pocos tenían acceso. De hecho, hasta que Rizzoli publicó en 2016 una monografía con sus proyectos, su trabajo nunca había aparecido en un libro.
Aparte de colaborar con los Rothschild en su chateau de Ferrières y algunos salones en su residencia del Hôtel Lambert, el decorador, en medio siglo de carrera, diseñó un yate de 305 pies para David Geffen; otro similar para Barry Diller y Diane von Furstenberg, al igual que su mansión en Beverlly Hills; casas en Nueva York, Paris, Madrid y Colombia para Julio Mario y Beatrice Santo Domingo y, años después, un hotel particulier del siglo XVIII para su hijo Andrés Santo Domingo y su mujer, la ultra chic socialite neoyorkina Lauren Santo Domingo. Marie Chantal de Grecia recuerda que conoció a Catroux cuando ella tenía apenas 6 o 7 años y el decorador fue contratado por sus padres, el magnate de los duty-free Robert Miller y su mujer, María Clara Pesantes, para colaborar en sus residencias en Nueva York, Hong Kong, Paris y Gstaad. “François estaba decorando la casa de mis padres en la Ile Saint-Louis, recuerdo verlo llegar al quai en un Bentley. Era fabuloso, con una hermosa melena y un gran sentido del estilo”.
Igual como ocurrió con los Santo Domingo, Catroux traspasó su genio de generación a generación con los Miller, haciéndose cargo, entre otras cosas, de la mansión en Londres de Marie Chantal y su marido, el príncipe Pavlos de Grecia, y de su campo en Gloucestershire. “Tus recuerdos de niñez y tus primeras impresiones dejan una marca muy poderosa, y quería la atmósfera serena y la paleta de colores que recordaba (de la casa de mis padres)”, dice Marie Chantal. “Pero las casas de mi madre son muy diferentes a mis casas. François me entiende, comprende lo que quiero. Es muy bueno para encontrar tu personalidad y expresarla en la decoración”.




Como cualquiera que haya leído este artículo hasta ahora comprenderá, Catroux estuvo siempre acostumbrado a grandes presupuestos, presupuestos ilimitados, según aseguró en Vanity Fair. El dinero no es problema, señaló en esa oportunidad, mientras visitaba tiendas de anticuarios o galerías de arte en París junto al periodista de la revista, ambos sentados en el asiento trasero de su Mercedes conducido por su chofer, Miguel. ¿111 mil dólares por una mesa de bronce de Giacometti? Perfecto. ¿3 millones de dólares por una estantería del siglo XVIII? ¿Por qué no? “Mis clientes quieren calidad”, explicó en esa entrevista, “No hay limites en el presupuesto”.
Eso explica, por ejemplo, que un sofá de su diseño con bordados en chinoiserie hechos por Lesege, la famosa casa de pedrería y bordados de alta costura, ahora propiedad de Chanel, haya tenido un costo de 750 mil dólares. “Es lo mismo que dos vestidos de Chanel”, dijo Catroux encogiéndose de hombros a Vanity Fair.
En los últimos años de su vida, François llevó una existencia relativamente tranquila en su departamento de la Rue de Lille junto a Betty, sin poner un pie en un night club en al menos dos décadas. Aunque nunca fueron padres tradicionales, y su agitada vida social, los constantes viajes y el trabajo ocuparon la mayor parte de su tiempo, permanecieron cercanos a sus dos hijas, Daphne (condesa Charles Antoine Morand), que organiza exhibiciones especiales para Dior y es madre de los dos nietos de los Catroux, Vivien y Alexandre; y Maxine, editora en la casa de libros de lujo Flammarion, que contrajo matrimonio con su novia en 2016 en una intima ceremonia celebrada en la alcaldía de Paris, con Pierre Bergé entre los invitados. “Desde un principio le dije a mis niñas que no me gustaban los niños”, dijo Betty a James Reginato. Maxime, por su parte, reconoce que ella y su hermana no tuvieron una familia común, pero que aun así, milagrosamente, crecieron en un ambiente de “humor, belleza, cultura y amor”. SML